Quintun

26/1/12

Amor: en la mañana

Hace días hablando con amigos me preguntan cuál es la hora que más me acomoda para sexiar. Antes, ellos habías divagado en –para mi- obtusos y mal pensados momentos: que en el auto, en el sillón después de una película, en la noche, y siutiquerías como al atardecer en la playa o fetiches públicos o que involucran dormitorios ajenos. Todas respuestas del simple gusto irreflexivo porque como escuché sabiamente decir: “que te guste es no preguntarse nada, es quedarse en la relación entre una sensibilidad, que es que te guste, y una afección, que es que te gusta porque te gusta"
La razón es que no hay mejor horario que la mañana. En la noche es absurdo, es forzado, es propio del sexo y no de su yuxtaposición de hacer el amor que es tan bien ponderado hoy por hoy. Es entonces, dicho en buen chileno, practicado de puro caliente. En la noche uno esta generalmente agotado, hace poco ha comido, viene de un largo día y al recostar tu cabeza ante cualquier objeto suave, como por ejemplo la cama a la hora de fornicar, dan ganas obvias de descansar. Es una especie de obligación la que te hace resistir ese aletargamiento lógico en pos de consumar el acto, y una obligación, aunque sea por el placer mismo o por el del otro en frente, es obligación y como tal, a menudo, prescindirá de cariño o amor.
Y la mañana es buena en todo el año. En esta época veraniega el escenario nocturno es aun mas desalentador, después de follar, quiéralo o no, el cuerpo suda como después de un trote y pretender dormir luego de eso, por mas cansado que se este, es cosa difícil –hablo por mi- y si vienes acostumbrado a dormir solo, hacerlo con un scaldasonno al lado en pleno verano no mejorara la situación.
En la mañana todo mejora, el cuerpo ya ha descansado apropiadamente luego de una noche apacible, sin sobresaltos ni sobre exigencias físicas. Acostarse en invierno haciendo cucharita y en verano en tu espacio justo sin revoltijos. Entonces despierto y me levanto al baño, mientras meo recuerdo la conversación de la noche, esa intima, a ratos chistosa, de dos cómplices compartiendo a centímetros de distancia; me lavo los dientes y vuelvo fresco a dar ese apasionado beso que, contrario a lo que todos creen, no es desagradable dar sin la higiene del besado, si no que recibes de vuelta un beso cálido aplacando en sus labios y lenguas el sabor a menta fuerte del dentífrico que a su ves contagia su boca de suave dulzura.
No creo que haya durante el día ojos más bellos que al despertar, un brillo cautivador y una que otra lagaña para dar paso a las carias bien humoradas.
Y luego del tan excitante ejercicio matutino, recién ahora y sin gastar tanta agua, acicalarse en pareja en una ducha corta.

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