Quintun

1/12/07

Homenaje a una vida

Ya me estaba yendo a dormir cuando me hablo a través del Chat. Me sugirió que escribiera algo sobre la vida, sobre lo rápido que ésta se nos pasa y también lo rápido que ella nos convierte en grandes. Me había detenido, sí, siempre me detengo, a pensar en lo insignificante que soy frente a seis mil millones de personas, un enorme planeta, una galaxia y un universo sin fin; pero esta reflexión tan palpable me estremeció hasta lo más profundo: Sólo piensa, son tantas cosas. Yo hablaba con mis abuelos y me contaban tantas historias, tanta vida que paso por sus ojos, tantas puestas de sol, alegrías, penas. Me confeso que quería ser de esas personas que cambiaban la forma de pensar de otros. Quedé atónito, atónito por no poder plantear mi pensamiento de la vida, no porque no lo tuviera, sino porque en ese momento me sentí pequeño, ignórate por tamaña afirmación de la existencia. Imbécil, también, ante la idea de haber tenido a una persona tanto tiempo a mi lado y venir ahora a descubrí su forma de pensar tan similar a la mía, tan ajustada a la realidad el mundo en estos últimos tiempos.
No pude, por más que intente, hilar idea alguna –y creo que tampoco ahora lo estoy consiguiendo. Me hablo por algún rato y me planteo sus ideas. Habrá querido entablar un dialogo entretenido, algún debate; mas yo, no conseguí responder algo coherente.
En un momento me preocupo su preocupación. Le pregunte si se había fumado algo, estaba tan crítico y reflexivo, como nunca me imagine que él fuera. Era un llamado frenito que me hacia a darme cuenta de lo corta que es la vida. De lo rápido que transcurre, y siempre sin que nos demos cuenta. Un grito desenfrenado a volver a ser niños y disfrutar de los momentos, aquellos momentos idos que por más que queramos solamente podremos volver a vivir en nuestra memoria. Lo sentí con un aire nuevo, no se lo quise decir entonces, pero noté su madures; me hablaba de que se encontró en cuarto medio, de que apareció en el final de un camino, creo yo: Sin saber muy bien cómo.
Encontré a un José Illesca con ese renuevo que sólo nos da la soledad. Un amigo, con toda sus letras, no de esos amigos que, como dice Plutarco: “…cambian cuando yo cambio, y asienten cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor.” Se me enfrentaba sin enfrentarme de frente con su forma, nueva para mí, de pensar y ver esta vida. Preocupado por dejar algo a sus hijos y nietos, por cambiar mal por bien, luchar por un ideal. Y díganme, díganme si hay acaso algo más que hacer hoy, si hay acaso otra cosa que poner cada átomo de si, cada fuero más íntimo por afectar positivamente a nuestro mundo. Díganme, porque desde el viernes pasado, al despedirme y cerrar la ventana de conversación, yo no tengo otro sentido de existencia.


.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]



<< Inicio