En modo defensivo

Pensaba en ese pasado el otro día y me horrorizaba al darme cuenta como las experiencias de vida que tanto valoramos, esas que nos mostraron el mundo tal como es, tiraron por la borda algo así como nuestra esencia.
Creo que fue al comenzar nuestra relación con otros cuando este desplome comenzó, cuando cruzamos el dintel de la puerta y salimos a jugar con el vecino o cuando los primos en vacaciones nos hicieron una broma y ahí, mientras conocíamos el mundo e interactuábamos con él, fue cuando nos sentimos heridos por vez primera, decepcionados, sufrimos, lloramos y pensamos oh no, esto es muy difícil de soportar, no sobreviviré, no sé como enfrentarlo, no quiero volver a pasar por esto, no quiero que se repita. Nos refugiamos tras el aprender a actuar en el momento justo, aprendimos a esperar, a leer las señales, a aguardar por la reciprocidad del otro, nos hicimos aliado de lo esperable y lo proporcional a la hora de actuar, frases como no hagas al otro lo que no te gustaría que te hicieran se grabaron a fuego. Cometer errores duele, frustra, es imperdonable entonces aprendimos a no cometerlo mediantes cualquier artilugio y no volvimos a decir un te amo tan rápido, esperaremos un tiempo, observaremos a la otra persona, escucharemos consejos. No llamamos amigo a alguien a buenas y primeras porque la vez que lo hicimos terminamos arrepintiéndonos y eso, eso no nos puede volver a pasar. No le contaremos un secreto a no ser que, no prestaremos dinero si es que, no regalaremos algo sólo porque sí, no defenderemos al otro porque ese mismo nos condenará después, y así suma y sigue.
Y miro a los niños, a conocidos más chicos, a mis sobrinos recién partiendo, llenos de esos gestos cargados de inocencia, aun no son aplastados por el pulgar o el inconsciente humano. Lo terribles es que nuestros pares y nuestras malas experiencias con ellos nos han vuelto así: adaptados. Lo otro terrible es que nosotros, también como pares, estamos adaptando con nuestras respuestas a otros sin siquiera tenerlo presente muchas veces. Contribuimos a que formen muros, cambien actitudes, creen recelos.
Yo buscaba los charcos de agua para chapotear, hoy, si de casualidad piso uno, soy motivo de risas y me siento torpe de no haberlo visto.
No hablo a nivel de la enseñanza, de esos cambios que a todos nos ha servido para no ser tan brutos, si no de aquella inocencia que de pronto perdimos, que cambiamos por arrugas duras como caparazón de tortuga.